¡El Rojo lo ganó en la última!

Todo le cuesta horrores a Independiente. Cada partido es un suplicio. Cada jugada es un parto. Cada minuto es sufrimiento para sus hinchas. El triunfo ante Tigre fue más que un desahogo. Fue una explosión. Una descarga de bronca acumulada, de impotencia, de frustración. Todo eso fue lo que se percibió en un estadio que vibró como un volcán en erupción. “¡Oooh, venga y tome un whisky, el equipo, de Zielinski!”, fue el canto que retumbó en las tribunas luego de la agónico victoria. El Rojo necesitaba un encuentro así para ahuyentar los fantasmas que ya golpeaban la puerta del vestuario. Precisaba ganar de esta forma para despejar las dudas, dejar atrás los miedos y comenzar la reconstrucción.

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Con sus limitaciones, sin juego fluido, sin combinaciones demasiado sofisticadas, pero con empuje y actitud. Así fue a buscar el partido el local. Como pudo. La sintonía fina en la construcción de las jugadas parece verse afectada porque la mochila era más pesada a medida que pasaban los minutos. Y también porque las presiones crecían al ritmo de la desesperación que contagiaba la gente, que pareció comprender el momento y alentó de manera efusiva. A Independiente, que intentó asumir el protagonismo, le faltó precisión en velocidad en tiempos de piernas trémulas. Pero el equipo tuvo un nivel de voluntad, de entrega y de compromiso total.

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El Rojo lo ganó con los reflejos y las atajadas de un Rey que siempre cumple, con la concentración de los zagueros para absorber al implacable Retegui, con la suficiencia de un Ortiz que regó la mitad de la cancha de sudor, con el desequiibrio de Vallejo, con el despliegue y la garra de Matías Giménez y con el oficio del experimentado Cauteruccio, líder espiritual de este plantel por trayectoria, contagio y sapiencia.

Independiente fue un conjunto solidario que se sobrepuso a adversidades durante el desarrollo del partido. Se levantó después del penal mal sancionado que le cobraron a Barreto por una mano involuntaria y que convirtió Retegui. Y fue siempre por el triunfo. Empujado por las obligaciones, por su gente y por la convicción de un Zielinski que ya bajó línea y aseguró que quiere un equipo protagonista.

Hubo suspenso cuando el VAR revisó el gol agónico de Cauteruccio. Los corazones se paralizaron, pero raudamente volvieron a latir. El equipo de Avellaneda no sólo le ganó a Tigre. Venció con mucha autoridad a sus propios miedos. Consiguió su tercer triunfo en esta Liga. Fue el triunfo más festejado por su gente en lo que va de 2023. Y no es para menos: se vivió como una resurrección.