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United States Ancelotti, el mejor DT del mundo y su estilo: ganar
El italiano no tiene una escuela que se lo apropie ni fanáticos que lo sigan, pero ganó cuatro Champions y las cinco ligas más importantes de Europa. ¿Quién se le acerca?
Al tipo no lo vas a escuchar hablar del cuadrado de la hipotenusa que puede trazarse en el ángulo recto desde donde se patean los saques de esquina, ni de la constante del logaritmo en tres cuartos de cancha, ni de marcar la tangente hacia la medialuna. Tampoco de pases progresivos, ni de control orientado, ni del recorte por detrás de la línea de las canilleras recicladas, ni de ajustar el pase... Nada de eso.
No se sienta en heladeras portátiles, ni usa jogging con gorrita en una final de Champions como si estuviera dirigiendo un entrenamiento, ni se deja la barba rala, descuidada a propósito como hippie con Osde. Tampoco viste sweaters ajustados, ni pantalones chupines, ni corbatas finitas símil cuero.
No se la pasa corriendo pegado a la raya -tal vez no podría con la panza-, ni se da vuelta a levantar a la gente como hacen los vendedores de humo matriculados, ni se la pasa gritando, ni anda con la tablet o el anotador o los drones. Tampoco está con el handy escuchando al que observa el partido desde la estratósfera y encuentra un hueco de 25 milímetros por 27 milímetros a la espalda del lateral derecho.
El tipo arma un 4-4-2 de lo más clásico con los que mejor están, usa centrales altos y laterales que marquen y vayan; un mediocampo con un 5 posicional y visible que pueda meter el culo atrás y al mismo tiempo darles un pase a los que tienen camiseta del mismo color, y el resto es un mix de buenos pies y sacrificio, inteligencia y despliegue. Adelante, uno por afuera, veloz y desequilibrante, y uno por adentro: goleador, pivot, cabeza fría, pies sensibles, corazón caliente, el mejor 9 del mundo. Detrás de todos, pero de todos, un arquero que primero ataja y después juega, y que también es el mejor mundo. No hay más secretos. Cuando puede atacar, ataca. Si hay que defenderse, se arremanga. Si lo vienen a presionar como loco, la tira por arriba o trata de enfriar el partido. Si se puede, mete la contra, letal. Y grita el gol moderadamente.
Antes de salir de la concentración, se calza un traje oscuro, una camisa blanca, una corbata que corte y si está fresco, chaleco. Se afeita prolijo y se peina con raya al costado el cabello corto. No usa matizador para las canas ni mete carmelas impresentables. Se sienta en el banco o se para en el corralito. Da las indicaciones adecuadas en el tono necesario, donde se le note la autoridad sin pecar de grosero. No se agarra los huevos mostrando una genitalidad explícita cuando su equipo está quedando afuera y da vuelta la historia haciendo un milagro, dos, tres.
Carlo Ancelotti, italiano pero no por eso amante del catenaccio, nació hace 62 años en un pueblito de la Emilia Romaña que se llama Reggiolo y tiene menos de 10.000 habitantes. Difícil encontrar en una población tan corta a un jugador inteligente del mejor Milan de la historia (el de Sacchi). Y mucho más difícil es que ese muchacho, luego de un tiempo, se convierta en el único técnico que consigue ganar las cinco ligas más importantes de Europa: Italia (Milan), Inglaterra (Chelsea), Francia (PSG), España (Real Madrid) y Alemania (Bayern).
Ancelotti no es un técnico de escuela. No tiene fanáticos como Guardiola o Klopp, ni una iglesia de seguidores trogloditas como Simeone, y mucho menos un manicomio de adictos como Bielsa. Tal vez porque no habla difícil ni se viste raro, porque no grita demasiado y mantiene siempre la serenidad. Pero la realidad es que, con la biblia de la sencillez, ganó en París, con el Real Madrid, su cuarta Champions -el doble que Pep-. Arrancó a levantarlas en 2003, con el Milan, y 19 años después su receta se mantiene. Eso lo hace, probablemente y si nadie se ofende, el mejor técnico del mundo. ¿Cuál es su estilo? Ganar. Ancelotti pertenece a la raza de los ganadores. Tal vez por eso no tiene nada que explicar...
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