Un insípido Madrid y el 'casting' de Ancelotti
El Madrid se despidió del título, salvo derrumbe histórico del Barça, en un partido que dejó más preguntas que respuestas en el equipo de Ancelotti. El técnico se mostró satisfecho con el desempeño general, pero sus palabras sonaron un poco huecas, nada convincentes. Su tradicional flema se resintió en el comentario al gol anulado a Asensio, por la pata de una mosca. Así es el VAR y así lo quiere la mayoría del personal, aunque sus consecuencias sean lamentables demasiadas veces. El VAR acabará con la vieja ingenuidad y sencillez del fútbol. Castiga o pone en cuarentena el júbilo, fiscaliza el juego con ánimo meticón, empuja a la demora y sacraliza la industria arbitral.
Asensio marcó y celebró con expresivo entusiasmo un gol que el Barça no protestó, ni tampoco su hinchada, un gol que colocaba al Madrid a seis puntos del líder y el goalaverage favorable. Pero Asensio estaba en fuera de juego, invisible para el ojo humano y evidente para el microscopio. En eso se está convirtiendo el fútbol, en un asunto que confunde la justicia con el voyeurismo microscópico. Peor para él, mejor para los viciosos.
Ancelotti aprovechó la ocasión para sembrar dudas. En términos equívocos, se refirió a las rayas, que esta vez resultaron inconvenientes para el Real Madrid. Delataban el fuera de juego de Marco Asensio. Importa poco que fuera por un centímetro que por un metro. Al VAR hay que aceptarlo como es y siempre. O detestarlo sin remedio. Está feo espolvorear sospechas para actuar en defensa propia.
La atípica intervención de Ancelotti, admirable personaje, reveló un cierto tipo de tensión que empieza a aflorar en el Madrid. Más que jugar, el Madrid expresó los diferentes estratos que conforman el equipo. En un partido que tenía la obligación de ganar para perseguir al Barça con alguna garantía de éxito, sorprendió su adocenamiento, más preocupante aún por las favorables circunstancias que se dieron en el Camp Nou.
Antes de merecerlo, el Madrid se adelantó con un autogol de Araújo. Contra un equipo habituado a estrellarse en los partidos verdaderamente decisivos -el historial último del Barça en este capítulo es desastroso-, recordó la apatía que presidió su actuación contra el Atlético de Madrid hace escasas semanas. No es lo que se espera del Madrid y menos en un momento cumbre de la temporada.
Con todos sus defectos, y no son pocos, el Barça jugó como si le fuera la vida. Tenía que ganar, quería ganar y ganó. No impresionó a nadie y cometió errores que por poco le descarrilan, pero jugó con ánimo, con toda su alma. Nada que ver con el viejo Barça, pero sí novedoso de espíritu, el que tantas veces le ha faltado en las últimas temporadas. Mereció la victoria.
El Madrid quedó preso de un largo casting. Comenzó con los veteranos Modric y Kroos en el medio. Ninguno de los dos terminó el partido. Camavinga ofició de medio centro, sin éxito. Le sustituyó Tchouameni bien entrada la segunda parte. De los iniciales mediocampistas sólo Valverde permaneció hasta el final. Por lo que parece, no termina de completarse el empalme entre la vieja generación y la nueva. Lo que les sobra a unos les falta a los otros.
El casting prosiguió con la incorporación de Ceballos y Asensio, dos que terminan contrato en junio. En el Camp Nou fueron influyentes. El equipo mejoró con ellos, pero su posición es débil. Si se quedan será en condición de suplentes, o de habituales del banquillo. En cuanto a influencia, nadie superó a la de Rodrygo cuando ingresó. Situado por detrás de Benzema, Rodrygo aterrorizó a la defensa del Barça. Es un jugador diferente al que no se le concede la titularidad por derecho, con el riesgo de etiquetarlo como perenne revulsivo. Es mucho más que eso.
El Real Madrid también es más que Vinicius, aunque muchas veces no lo parece. Sufre de un extraño magnetismo con el extremo brasileño, fenomenal jugador, sin duda, pero no tanto como para abdicar de todo y ponerse constantemente en sus manos. En el Camp Nou se percibió esa obsesión, que empobrece el cuadro general del equipo.