Estrenos online: crítica de "El diablo a todas horas", de Antonio Campos (Netflix)
Cualquiera que haya visto alguna de las películas previas de Antonio Campos como AFTERSCHOOL, SIMON KILLER o CHRISTINE sabrá que poner en sus manos una novela violenta del llamado género «gótico sureño» (en este caso será más un «gótico de los Apalaches», geográficamente hablando) es, prácticamente, llamar a una carnicería y pedir todo lo que tienen en stock. Las formas y motivos de la violencia corren por las venas de este realizador neoyorquino de ascendencia brasileña. Y esta historia policial de hillbillies que mezcla guerra, religión, asesinos seriales, violaciones y otras yerbas del folkore semirural le presentaba una oportunidad servida para explayarse en su forma metódica de acercarse a los misterios que llevan a la gente a cometer los crímenes más horrendos.
Editada en 2011, EL DIABLO A TODAS HORAS fue la primera novela de Donald Ray Pollock, un obrero y camionero que la publicó cuando ya rondaba los 57 años, tras el éxito de una colección de cuentos y algunos trabajos como periodista. El propio Pollock funciona aquí como narrador omnisciente y va entrelazando las distintas historias y tiempos que se cruzan en el film que abarca el período que va de la Segunda Guerra Mundial al inicio de la Guerra de Vietnam y que transcurre entre dos áreas ubicadas a cientos de kilómetros una de la otra: Coal Creek, West Virginia y Knockemstiff, Ohio (sí, es un pueblo que existe, es donde Pollock vivió muchos años y su nombre es traducible como «dejalos tiesos»), conectadas por una casual combinación de historias.
Inicialmente el protagonista parece ser Willard (Bill Skarsgard), un soldado que vuelve de la guerra tras vivir traumáticas experiencias allí. En camino a su hogar en Coal Creek, el bus que lo trae de regreso se detiene en el pueblo de Meade, Ohio, y allí conoce y se enamora de Charlotte (Haley Bennett), la mesera de un bar. Con ella terminará casándose, estableciéndose en el cercano y aún más pequeño pueblo de Knockemstiff y teniendo un hijo, Arvin (de grande interpretado por Tom Holland). Pero las cosas a ellos no les saldrán bien y Arvin, todavía siendo niño, se irá a vivir a lo de su abuela en Coal Creek. En paralelo, el film nos presenta a la extraña dupla que componen Carl y Sandy Henderson (Jason Clarke y Riley Keough) que tienen el hábito de levantar gente que hace dedo con su auto y hacer con ellos, bueno, ya verán qué…
El grueso de la historia –que es bastante más complicada de lo que resumí y que incluye pastores religiosos, huérfanas abandonadas, bizarros crímenes sexuales y hasta potentes picaduras de abejas– arranca pasados los 40 minutos y está ligado a la vida de Arvin en Coal Creek. El es un joven serio y callado que ha sufrido algunas experiencias traumáticas y que vive con su abuela y con la pequeña Lenora (Eliza Scanlen), a la que llama medio-hermana y a la que cuida de los bullies de la escuela que la maltratan todo el tiempo. Lenora es muy tímida y pone toda su atención en la religión. Pero a la iglesia local llegará un nuevo y bastante particular pastor (interpretado por Robert Pattinson) que quizás sea más peligroso que los que se burlan de ella en la secundaria.
En un clima tan negro como denso, en el que las muertes inesperadas (asesinatos, suicidios, enfermedades, entre los varios cortes que hay en esta carnicería) se suceden una tras otra, Arvin funciona en cierto modo como un «ángel vengador», alguien que utiliza los mismos mecanismos violentos con los que ha convivido toda su vida pero con la intención de poner las cosas en lo que él cree que es «un cierto orden». Pero nada será fácil y todo se complicará aún más cuando las dos patas del relato se unan en esas literales rutas de la muerte que son las que unen al pueblo de Ohio con el de West Virginia.
Con un elenco descomunal, en muchos casos en roles menores (además de los mencionados actúan Mia Wasikowska, Sebastian Stan, Tim Blake Nelson y más), EL DIABLO A TODAS HORAS es, como dice el título, un recorrido por un universo donde el Mal parece desatado y en el que el sexo, la religión y la muerte suelen funcionar en tándem. En ese sentido, los Henderson –fundamentalmente Carl, personificado por ese especialista del Mal que es Clarke– y el predicador, que interpreta de un modo un tanto desaforado Patterson, funcionan como lo más parecido a la encarnación pura de ese terror instalado tanto desde las instituciones como desde la propia comunidad. Al faltarle quizás tiempo para definir mejor a esos y otros personajes –la adaptación parece ser tan fiel que bien podría haber sido una miniserie para poder incorporar todo–, Campos no logra, o ni siquiera trata, de identificar las razones específicas de esos comportamientos sino que los transforma directamente en una especie de representantes del Diablo sobre la Tierra.
Lo que permite que la película tenga cierta respiración y un mínimo enganche emocional para el espectador, entre tantos seres despreciables y en medio de lo que parece ser un catálogo de infortunios, es el personaje de Arvin quien, de un modo similar al de Travis Bickle en TAXI DRIVER, intenta utilizar esos mismos condicionamientos y agresividad para, cree él, resolver las cosas. La película se mueve en un escenario propio de una novela de Cormac McCarthy con algo de las de Jim Thompson. Y si bien Campos se acerca a ese material de una manera más directa, narrativamente hablando, que en sus más líricas películas anteriores, de todos modos conserva un cierto espíritu poético ligado a la Norteamérica profunda que uno podría comparar con el de las primeras películas de Terrence Malick, especialmente BADLANDS.
La película sufre de una serie de extraños problemas narrativos y de otras raras elecciones de casting. En el primer caso, algunas decisiones del uso de los tiempos complican la fluidez de la primera parte del relato y algo similar pasa con la manera en la que Campos va y viene entre las dos subtramas principales. Y, en el otro caso, si bien Holland y Pattinson son muy buenos actores –curiosamente, la mayor parte del elenco no es estadounidense, incluyéndolos– tengo la impresión que no son del todo correctos para sus papeles. Con su gorrita de béisbol a cuestas, Holland raramente da como un perturbado joven de la época y la personificación de Pattinson del pastor es, por decirlo discretamente, bastante bizarra, como si el actor estuviese entrando en un período «Johnny Depp» de la composición de personajes. Pero es claro que una rivalidad entre, ejem, Spider-Man y Batman vende más que poner a actores menos taquilleros.
Hay un arma (una Luger 9 mm. alemana) que recorre toda la película marcando su presencia en muchos de sus momentos más duros o emblemáticos. Es un arma que trae Willard de la guerra (dice la leyenda que es que es la que usó Hitler para suicidarse) y que él le pasa a su hijo Arvin, trazando de esa manera una linea directa en lo que tiene que ver con lo que podríamos definir como «la historia de la violencia» que atraviesa la película. La leyenda es claramente falsa, pero sirve aquí como metáfora para englobar esta violenta etapa de entreguerras. Si a eso se le suma el problemático rol que tiene la religión a lo largo de la trama, no es difícil entender por dónde pasan las claves temáticas para entender a lo que quiere llegar la película.
Pese a sus problemas y su extensa duración de casi 140 minutos, EL DIABLO A TODAS HORAS resulta una propuesta innegablemente magnética, especialmente para quienes nos fascina este tipo de escenarios desolados y personajes problemáticos de esta zona de los Apalaches, esos pueblos en los que solo parece haber una iglesia, una cafetería, un bar, una gasolinera y cientos de armas. Campos tiene un muy buen ojo para la composición visual y la película –rodada en 35 mm.– se ve increíblemente bien. La banda sonora es también notable en su uso de raros temas de música country, gospel y pop de los ’50 y ’60, lo cual ayuda a darle a la película la impresión de ser una especie de objeto encontrado de otra época, en una zona intermedia entre el mundo de LA NOCHE DEL CAZADOR y películas de los ’70 como LA VIOLENCIA ESTA EN NOSOTROS, título que obviamente también le quedaría perfecto a esta negrísima historia del Mal.