Crítica de cine “El exorcista del Papa”: La fuerza sobrenatural de ...
Por Paula Frederick
Pocas cosas son más atractivas para el cine que la vida real, más aún si hablamos del género del terror. Comprensible, porque muchas veces la existencia humana es la mayor fuente de historias escalofriantes, que no hemos imaginado ni en nuestras peores pesadillas. En el contexto de Semana Santa, no es casualidad que el cine nos vuelve a proponer un relato de exorcismo, de esos que nos fascinan y aterran a la vez, desde que apareciera la gran obra maestra del género, y quizás del cine de terror en su totalidad, El Exorcista de William Friedkin. Esta vez, el director Julius Avery ofrece algo aún más jugoso: una historia basada en el padre italiano Gabriele Amorth (interpretado por Russell Crowe), exorcista oficial del Vaticano que ejerció su siniestra labor durante 36 años, encontrándose cara a cara, según dice la leyenda, con el mismísimo Satanás. Y sobre quien el propio William Friedkin hizo un documental, El demonio y el padre Amorth. Sacerdote oleado y sacramentado, mano derecha del Papa, que a lo largo de su carrera ejecutó cientos de exorcismos. Una inminencia para algunos, un charlatán para otros, que no sólo se enfrentó a posesiones desenfrenadas y demonios de mil caras, sino también al lado oscuro y castigador de la institución a la que pertenecía.
En la película de Julius Avery, el padre Amorth llega al rescate de una familia víctima de una misteriosa posesión: una madre viuda, su hija adolescente y su hijo retraído que no habla desde que el padre murió. La familia abandona su vida en Estados Unidos para rehacerla en España y restaurar una antigua abadía, única herencia del marido. Mientras intenta salvarlos, el padre Amorth termina descubriendo algo igual de inquietante y aterrador: una conspiración del Vaticano, encubierta hace siglos de manera desesperada.
Esta simple sinopsis ya es en sí escalofriante. Ahora hay que imaginarlo en pantalla gigante, Dolby surround 5.1, un pasillo oscuro, una que otra butaca vacía alrededor y el más inquietante de los mensajes: basada en un personaje real. Entonces, aparece Russell Crowe. Con mirada profunda, acento italiano, un look y barba estilo Orson Welles que ha cultivado estos últimos años y lo más llamativo, con sotana y crucifijo en mano. Una suerte de James Bond de la iglesia, que sortea las mismísimas llamas del infierno con una sonrisa, que lanza una frase burlesca mientras un demonio le escupe en la cara. Intrépido, desafiante e indestructible. Inevitablemente, su personaje recuerda al Gladiador y al Robin Hood de Ridley Scott, al Noé de Darren Aronofsky, hombres ensimismados y algo dementes, que se les encomienda una gran misión, que luchan con sus propios demonios mientras intentan salvarle la vida a quienes los rodean.
Esta versión de Crowe está inmersa en una dimensión que parece no agotarse nunca, la de las posesiones demoniacas de seres comunes y corrientes. Como el vecino, como tú, como yo. Si se toma esa audiencia ávida de historias siniestras de la vida real, más la presencia del actor en cuestión y el altísimo presupuesto disponible, podría pensarse que estamos ante una carta segura. Pero es precisamente esa explosión visual, la exhibición rutilante de efectos especiales, levitaciones improbables, niños que hablan lenguas muertas y cabezas que giran en 360 grados, lo que termina transformándose en enemigo de su propio propósito. Porque se vuelve un objetivo en sí mismo, dejando en evidencia su necesidad de ser eficaz, de querer generar un efecto inmediato en el espectador. Cuando la intención de lucir el truco se deja ver, la emoción, la sorpresa y el miedo genuino pierde potencia. Y no hay llamaradas, ojos ensangrentados ni cruces voladoras que puedan revertirlo.
Esa pirotecnia puede extrapolarse también a la construcción de los personajes secundarios, cuya forma de relacionarse está llena de lugares comunes: la madre desesperada e ingenua que intenta acercarse a sus hijos, mientras los lleva a vivir a un lugar tétrico y en ruinas que les dice a todas luces “¡Arranquen ya!”; la hija adolescente con enojo crónico, que está ahí a la fuerza y cuestiona todo a su alrededor; el niño silencioso e inadaptado, que no se saca los audífonos del Walkman. Arquetipos ya vistos que, aunque bien logrados en su estética y en el arte de provocar sobresaltos ocasionales, no logran generar esa empatía visceral que moviliza una buena historia.
Quizás la combinación entre vehemencia y doctrina del personaje del padre Amonth sea lo más interesante de la película. En su interpretación, Crowe saca el máximo provecho a la complejidad del personaje y las fuerzas contrarias que habitan en él. Así como pelea con uñas y dientes contra los demonios que lo atacan, sostiene la película en sus hombros y se transforma en la fuerza centrífuga del relato. Siempre es un placer verlo desafiar la autoridad, cuestionar lo establecido, destapar secretos enterrados y enfrentar el lado oscuro de la vida. Al final, sea en el Coliseo, navegando en un arca o luchando con sotana, Russell Crowe es ese antihéroe que todos queremos que nos salve. Y El exorcista del papa deja con ganas de ver su próxima aventura.
Ficha técnica
Título original: The Pope’s Exorcist
Dirección: Julius Avery
Guion: Evan Spiliotopoulos, Michael Petroni. Biografía sobre: Gabriele Amorth
Historia: R. Dean McCreary, Chester Hastings
Música: Jed Kurzel
Fotografía: Khalid Mohtaseb
Reparto: Russell Crowe, Alex Essoe, Daniel Zovatto, Peter DeSouza-Feighoney, Franco Nero, Laurel Marsden, Cornell John, Bianca Bardoe, Ryan O’Grady, Santi Bayón
Producción: Sony Pictures
Año: 2023
Duración: 103 min
País: Estados Unidos
Distribución: Andes Films