¿El amor antes del horror? Fito Páez se vistió de gloria en el ...
A 10 meses y tres días de su último show en la ciudad, Fito Páez confirmó este viernes su idilio con el público cordobés y el estado de gracia en el que se encuentra a partir de la celebración de los 30 años de El amor después del amor. Lo hizo en el estadio de Instituto, al que llegó después de un doblete en Plaza de la Música en diciembre pasado y tras otra presentación consagratoria en Cosquín Rock.
Este nuevo hito en la escala de masividad de sus shows cordobeses se dio a menos de un año de presentar la gira conmemorativa con la que sigue celebrando su disco más emblemático. Solo que en este caso el concierto tuvo lugar luego de la reedición actualizada del álbum, el que todavía ostenta el mote del más vendido en la historia del rock argentino, y tras el boom que significó El amor después del amor, la serie biográfica del músico que fue estrenada en Netflix en abril de este año.
La otra gran diferencia respecto de sus shows de diciembre fue el contexto. A finales de 2022, Páez tocó en Córdoba en el pico del clima mundialista, más precisamente en la previa de la final de la Copa del Mundo Qatar 2022. En este caso, el carácter de la celebración colectiva fue diametralmente opuesto y buena parte de las canciones del rosarino empujaron la emoción y la catarsis en medio de un contexto de incertidumbre total por el futuro próximo del país.
Potencia y eleganciaCon un estadio que lució colmado desde temprano, y con el eco de algunas quejas que llegaron desde los costados de las primeras filas por el ángulo de las ubicaciones respecto del escenario, una introducción de cuerdas comenzó a sonar a las 21.48 y dos minutos más tarde derivó en el inconfundible beat de la canción que titula el celebrado álbum lanzado en 1992.
A partir de allí, el show fue una celebración del repertorio valuado en oro que ostenta Páez. A diferencia de los shows de diciembre, en este caso no hubo un repaso exhaustivo por El amor después del amor, que sirvió como columna vertebral de una lista que intercaló clásicos como 11 y 6 (una fiesta de soul y raíz beatlera), Naturaleza sangre (de lo más rockero de una noche especialmente rockera) o Yo vengo a ofrecer mi corazón.
La canción originalmente incluida en Giros (1985)fue una especie de ofrenda del artista hacia su público, que compartió un profundo silencio para dejar brillar una voz que estuvo entre los principales destacados de la noche. A sus 60 años, Fito luce espléndido, vigoroso, por momentos iluminado. Verlo actuar y moverse es tan estimulante como su larga lista de estribillos emblemáticos o como esa cuidada escenografía a base de luces con impronta teatral y pantallas a tono.
Y en este caso, sin el compromiso de revisar todo El amor después del amor, eso se potenció aún más. Del álbum que lo consagró como prócer sonaron también Dos días en la vida, La Verónica, Tráfico por Katmandú, Pétalo de sal (“esto es lo que la Inteligencia Artificial nunca va a poder ser: a Luis Alberto Spinetta”) y Un vestido y un amor (con destacados arreglos de vientos y una bandera argentina en la pantalla).
Después de esa primera sección, un recorrido por fragmentos de canciones de la segunda mitad de la década de 1980 puso a la banda en modo funkie y destacó una vez más al rosarino como arreglador inquieto y director de orquesta. En un recorrido unificado, se sucedieron Sólo los chicos, Nada más preciado, Gente sin swing, Tercer mundo, Yo te amé en Nicaragua y No bombardeen Buenos Aires, de “Santo Charly”, según el propio Fito. Ese medley elevó la temperatura de un estadio que si bien lució colmado no tuvo ninguna postal de pogo multitudinario ya que el campo fue enteramente completado con butacas. Por momentos, esa decisión evidenció falta de conexión con lo propuesto desde el escenario.
El contexto, entre líneas“La música atraviesa. Ve pasar a un montón de gente que no queremos y nosotros seguimos aquí”, expresó Páez antes de Tumbas de la gloria. Fue la primera referencia con componente contextual en una noche en la que la política no pasó desapercibida pese a que no hubo argumentos ni desarrollos, sino más bien pistas y alguna que otra frase al pasar.
“Las palabras cada vez me gustan menos, no lo sé por qué, y cada vez amo más el misterio de la música, de lo que no se puede explicar. Sin embargo, estas palabras allí están todavía y las defiendo como si las hubiese escrito hoy, con el cuchillo en la boca”, deslizó luego entre La rueda mágica y Al lado del camino, que tuvo sabor a presente en su larga letra. También hubo una referencia hacia “esa puta libertad” en Circo beat, que vino inmediatamente después.
No obstante, el show de Fito Páez en el Monumental de Alta Córdoba será recordado como una celebración colectiva que él mismo se encargó de pensar como tal. Luego del contraste entre Brillante sobre el mic y Ciudad de pobres corazones (otro aplauso para la big band rockera que acompaña al rosarino), llegó el primer final con A rodar mi vida.
Sólo unos minutos bastaron para los bises, nuevo momento para confirmar que la obra del músico abunda en éxitos indelebles. Dar es dar y Mariposa Tecknicolor (con las luces del estadio prendidas) elevaron el grado de épica, que también tuvo su clímax con Y dale alegría a mi corazón, a dos horas exactas del inicio.
Antes de ese cierre con coro popular y motivo de hinchada, Páez dejó todo más que claro. “Cada verano vuelvo a estas tierras de Dios”, dijo primero en referencia a Córdoba, provincia a la que siente como su casa. Luego le pidió tranquilidad a la seguridad (“es una fiesta esto, no pasa nada”), presentó a sus diez músicos y empezó a bajar el telón con su mensaje final: “Gracias Córdoba de mi corazón. Con todo para adelante, como siempre. Todo el amor del mundo lo pusimos acá, todos juntos. De eso se trata, de la comunidad entre las personas. Y la música sirve para que eso suceda. Muchísimas gracias por dejarme formar parte de esta ceremonia”.