Series: reseña de "Succession Ep. 3.9: All the Bells Say", de Jesse Armstrong (HBO Max) - Micropsia
Ver a tres de los cuatro hijos adultos de Logan Roy jugando Monopoly al principio del episodio puede parecer una movida un tanto obvia para una serie tan sutil e inteligente como SUCCESSION, centrada en un grupo de personas que trabajan comprando y vendiendo empresas, personas, lo que sea. Pero lo que convierte a esa escena inicial del episodio —SPOILERS, SPOILERS, SPOILERS, una vez que sabemos que Kendall ha sobrevivido a ese accidente/intento de suicidio– es que no tiene tanto que ver con el juego en sí sino con la forma de los protagonistas de jugarlo. En lugar de ocuparse en los dilemas específicos y empresariales del Monopoly están peleándose entre ellos, discutiendo sobre quién tiene más o menos poder o autoridad y, de paso, humillando a todo aquel que se cruce cerca y que no pertenezca al círculo íntimo, algo que saben y suelen hacer. De allí al final del episodio seguirán comportándose como lo que finalmente son: niños jugando a un juego de adultos, incapaces de ver mucho más allá de sus propios egos y fragilidades.
La gran derrota de los hermanos Roy en este episodio y temporada (incluyo a Connor acá aunque no queda del todo claro su rol en el final) está ahí, en el nunca poder dividir el concepto de «family business» en dos palabras separadas y, muchas veces, contradictorias entre sí. Tienen sus motivos, claro. Han crecido bajo la sombra de un padre (y, queda cada vez más claro, una madre) un tanto maléfico y egoísta, además de brutal abusador emocional. Pero lo que no pueden o saben hacer es responderle con sus propias gélidas armas. Traen a cuento traumas y dilemas personales de sus propias historias y se dejan llevar por eso. Y ahí pierden. La decisión de Logan (o el hecho aparente) de haberlos dejado fuera del negocio familiar a todos ellos quizás esté pensada de esa manera. No son aptos para el trabajo y quizás necesiten un golpe de realidad. O, como decimos por acá, «hacerse de abajo».
Todo esto puede sonar raro para aquel que vio el final y pensó –como lo hicimos todos, instintivamente– en la maléfica crueldad de Logan de «tirar a sus hijos debajo del bus» de esa manera. Pero si uno toma una mínima distancia de los hechos tal como fueron narrados puede darse cuenta que hay algo lógico y hasta racional allí: Waystar Royco es una empresa en franca caída y GoJo es una en ascenso. Vender es, quizás, la mejor opción. Y al que no le guste, problema suyo. Pero como los guionistas de SUCCESSION nos ponen en la piel y en los puntos de vista de Kendall, Roman y Shiv es natural que lo veamos como lo ven ellos, como otra traición cruel del malvado padre. Y por ahí pasa quizás parte de la gracia –y el peligro– de la serie: nos cuenta la historia a través de personajes que en cualquier otra circunstancia serían claros villanos. Y ese efecto de identificación con ellos –llamémosle, el «efecto Daenerys«– lleva a los espectadores a confundir una cosa con otra. Los hijos de Logan no son héroes aquí, son nuestros villanos.
Si bien esa crueldad pasada de generación en generación ya nos fue exhibida de todos los modos posibles a lo largo de tres temporadas, todavía persistimos en la idea de apoyarlos en sus poco inteligentes decisiones. Roman ha humillado y maltratado «en broma» a todo el mundo, además de ser un peligro político; Shiv ha destrozado emocionalmente a su marido (y estaba jugando el mismo juego con Gerri en el episodio pasado) y Kendall, antes de su crisis existencial, ha hecho exactamente lo mismo con todo el que se le ha cruzado adelante, incluyendo al primo Greg, contra el que todos se han limpiado sus zapatos. No debería entonces parecernos una traición cuando nos enteramos que ellos tres (me refiero a Tom, Greg y Gerri), por más que parezcan funcionar en la periferia de las cosas, deciden aliarse con Logan y tomar distancia de los «niños». Con cada maldad dicha en tono de broma (lo de Shiv con Tom en el episodio pasado fue brutal y esas escenas son claves para entender el cierre de la temporada), los hijos de Logan fueron clavando su propia fosa. Finalmente, los personajes secundarios –los que tienen menos asuntos emocionales puestos en juego y pueden separar «negocios» y «familia»– parecen haber ganado la batalla. La guerra es larga, se sabe, pero hoy en día están muy bien ubicados.
La identificación del espectador con los hijos dañados de Logan puede generar confusiones pero es lo que permite que la serie no se vuelva un calvario de ver a gente horrible hacerle cosas horribles a otra gente horrible. Y gracias a eso es que SUCCESSION, en este episodio, tiene una de las mejores escenas de la historia al reunir a Kendall, Shiv y Roy, en medio de un paisaje propio de una película de Michelangelo Antonioni, para lo que podríamos resumir como una confesión y un reencuentro. Un depresivo Kendall les cuenta acerca del joven que mató (o dejó morir) en la primera temporada, hay llantos (de Ken solamente, los demás no llegan más que a palmaditas en la espalda o en la cabeza), una suerte de reconciliación tras los misiles que se enviaban apenas dos episodios atrás y el volumen emocional solo baja con los afilados chistes de Roman (Kieran Culkin) o la manera en la que Shiv (Sarah Snook) deja todo para atender el teléfono en medio del drama. La escena es un tour de force actoral que nos permite darnos cuenta, a la vez, que fue una buena decisión no «matar» a Kendall (Jeremy Strong). La serie, sin él, perdería gran parte del peso dramático que tiene. Equivocado o no, cruel o no, ridículo o no, es el único de todos los personajes que parece ser consciente y sentir en el cuerpo el peso de la historia familiar. Sí, será un «niño rico con tristeza», pero nos comparte esa carga, no la disfraza detrás de bromas ni se hace el desentendido.
Hay un aspecto de la temporada de SUCCESSION –casi de la lógica de la serie, cuyo creador y mayoría de guionistas son británicos– que puede volverla un tanto inusual para los que están acostumbrados al estilo más clásicamente norteamericano de arcos dramáticos claros a través de los cuales los personajes atraviesan duras situaciones y aprenden lecciones. Los Roy no aprenden nada nunca. Cometen los mismos errores una y mil veces, no evolucionan demasiado, no tienen grandes revelaciones. Es por eso –y por su desconexión entre lo que dicen y hacen, entre cómo se ven y cómo los ven los demás– que la serie por momentos parece volverse repetitiva y no avanzar. No hay consecuencias, casi no hay causa y efecto y, de un episodio a otro, la serie parece pasar a otro asunto como si todo lo anterior no hubiese sucedido. Pero no es –o no parece ser– un problema de los guionistas sino de una elección ligada al tipo de personajes que son, seres privilegiados que no sufren consecuencias y que suelen salirse con la suya siempre. O casi siempre. A diferencia de ellos, personas como Tom y Gerri (¿Tom & Jerry?) si parecen haber aprendido algo de las experiencias pasadas. Humillados por la versión más cruel de Shiv y por la más pendenciera y de mal gusto de Roman, entienden que necesitan despegarse de ellos si desean sobrevivir, aunque suene a traición.
Difícil saber para dónde irá la serie de acá en adelante, si es que imaginamos un futuro en el que la empresa fue vendida y los hijos se quedaron afuera de todo. Desconozco los detalles económico-empresariales de estos acuerdos (ninguno debería terminar durmiendo en la calle, no sufran por ellos, todos deben tener un colchón de dinero suficiente para varias generaciones), pero quizás nos toque ver otro tipo de batalla familiar de aquí en adelante. Lo que no sabemos es si, después de lo que pasó, Kendall, Shiv y Roman habrán aprendido la célebre «Regla de oro» de la ética, esa que dice algo así como «trata a los demás como querrías que te trataran a ti». Habiendo visto tres temporadas de SUCCESSION lo más probable es que eso no haya sucedido ni que vaya a suceder. Los muy poderosos –por más que atraviesen algún mal momento– no suelen aprender lecciones ni sufrir las consecuencias de sus actos. Eso queda para el resto de los mortales.